“Lo importante no es lo que se promete, si no lo que se cumple”. “El hombre vale por lo cumple no por lo que promete”. “Quien promete y no cumple su imagen empobrece” y así, podemos citar cientos y cientos de frases que hablan sobre la falta credibilidad en las personas.
Si bien esta particularidad no es nueva, la polarización social en la que estamos inmersos la acentúa más.
Hoy percibimos con mayor facilidad todo aquello que parece falso, que carece de fundamento, que es percibido efímero como todo aquello que es ofrecido por los vendedores de humo, de soluciones fáciles y de artistas generadores de la distracción de la verdad.
Ese escepticismo hacia las personas lo enfocamos por mucho tiempo como una característica muy particular de la clase política ya sea en funciones de gobierno o en campañas electorales.
Las y los consultores nos hemos dedicado por años no solo a tratar de cambiar esa percepción con metodologías, con estudios con aportaciones teóricas, sino también con buenas prácticas internacionales y aplicaciones prácticas, sin embargo, pareciera que esta afección avanza y se vuelve todavía más aguda.
Este contagio no solo se ha quedado inmóvil en la clase político electoral, se ha trasladado su influencia a la gente con la que se convive día a día.
Muchos están infectados, lo sabemos, los podemos identificar, es muy fácil detectarlos. ¿Cuántas veces no te has quedado con un palmo de narices esperando una llamada o un enlace digital? O cuántas veces más has escuchado frases tan cotidianas como “el yo te llamo” “Dame 10 minutos y hablamos”, “Te pago en la semana”.
Hoy pudiera ser efímero este juego de palabras que escuchamos con cotidianidad, sin embargo, la mente va generando condicionamientos de incredulidad, de suspicacia y reticencia hacia esos comportamientos de las personas.
Esta condición hoy genera pulsiones negativas, aumenta la disminución y pérdida de reputación positiva hacia las personas que mienten por hábito de vida.
Si bien es cierto que los códigos culturales y de comunicación cambian tanto por región como por profesión. La verdad, el cumplimiento a la palabra, las formalidades de los hechos siguen prevaleciendo como detonantes de educación, de generación de imagen pública, pero sobre todos de liderazgo.
En la actualidad nadie puede seguir al líder de la causa social, al amigo, al colega, al cliente o a cualquier persona que carece de credibilidad.
Hay una gran mayoría que están infectados, gente que sabe de su falta de consistencia y coherencia entre sus palabras y los hechos, sin embargo, claman por la ser creíbles y confiables, anhelan ser conocidos y de valor en la vida pública y política.
Sin duda alguna hoy la credibilidad es el requisito más importante que exigimos en la sociedad para elegir un gobernante, pero valdría la pena preguntarnos qué tan dispuestos estamos para someternos a un auto examen de cumplimiento de nuestras propias palabras y de las promesas que hacemos durante el día o de señalarles a nuestros conocidos que carecen de la más mínima credulidad.
La credibilidad comienza con cosas tan básicas como responder un mensaje, agradecer una felicitación, corresponder un saludo, pero sobre todo tener la capacidad de cumplir lo que tu propia boca promete.
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